Por William Padrón I @williampadron
Harry despierta agitado, con el susto recurrente de la madrugada. Lleva semanas saltando de la cama en la mitad de una pesadilla. A veces simplemente abre los ojos sin atreverse a mirar el celular, esperando que pueda seguir dormido. Son las 4:00 am. Mira a su esposa Valentina a ver si no la despertó. Duerme como si nada.
Siente un nudo en la garganta, una asfixia imaginaria que lo aturde, una vorágine de emociones que lo tumban. Hace poco más de dos meses esperaba a su mejor amigo para ponerse al día, había desempolvado el Guitar Hero, hasta que le golpeó la noticia de que Guillermo viajaba en aquel avión que se estrelló antes de tocar suelo, antes de juntarse, después del mensaje en el celular: "En unas horas nos reunimos man!".
Muchas de sus noches ahora estaba teñida de esa sensación tenebrosa de que algo malo iba a suceder.
Sigilosamente camina por la casa, se asoma al cuarto de su hijo Fernando, también duerme, oye sus ronquidos. La lentitud de sus pasos le permite analizar las razones de estos madrugonazos. Su vida está en orden, aunque su entorno le diga “La nueva normalidad”, frase que tanto le irrita. Sabe que comer muy tarde, antes de ir a la cama, le provoca pesadillas. Está consciente de que debe soltar el Ipad y el celular una hora antes de dormir pero aún mantiene el hábito.
“Mientras más envejecemos, madrugamos por instinto”, recuerda lo que su padre le decía. “¡Me estoy poniendo viejo!”, piensa con una sonrisa de complicidad hacia su ego.
En la sala se da cuenta de todo el desastre que ha dejado la noche anterior. Desde que empezó a coleccionar vinilos, un hobbie que se negó por mucho tiempo, se pasa la semana ordenando y desordenando sus adquisiciones. Un vicio adquirido en pandemia. Se lamenta por los vinilos que su compadre Guillermo iba a traerle.
Se acuesta en el suelo, revisando otra vez las razones de sus repentinos agites nocturnos, hurgando en su psiquis. Respira profundamente, aquieta la mente y como un proyector de cine, llegan imágenes de una línea de tiempo que le desgarra. Las pérdidas físicas, despedidas, distanciamientos, amistades rotas, planes inconclusos, cambio de trayectos. Llora desconsoladamente. Decide soltar todo ese sentimiento. El inventario de su vida reciente exigía un nuevo enfoque, apoyarse en algo tangible.
Todo este tiempo había modificado su estoicismo como una forma de protección, una dosis de inmunidad emocional que, como sucede con las costras que dejan las heridas, cuando la tocas, sigues sangrando. Valentina suele recomendarle que se abra, que muestre todas sus emociones. Harry le discrepa siempre que puede y le dice que él es como el personaje de Chandler en Friends.
A principio de año casi pierde su matrimonio, luego de que lo botaran de su trabajo de toda la vida. Su terquedad le dio una lección en ese momento. A partir de ahí se planteó nuevos caminos. Se convirtió en el Chef que se había negado por años, aferrado a un miedo que rondaba su cabeza. ¡Lo logró!
Sigue llorando, antes de la salida del sol, abrazando un cojín de The Beatles, procurando no despertar a nadie. Todo el peso emocional empieza a liberarse, heridas pasadas, recuerdos tortuosos que se volvieron huéspedes impertinentes. Si quieres cosas nuevas, debes deshacerte de lo que ya no usas, dejar fluir, avanzar. Le duele el ejercicio mental.
Sacó una libreta de esas que se usan para anotar pensamientos a diario, tareas, sueños, ideas. Seguía vacía. Decidió estrenarla cinco años después de haberla comprado en el MoMA de New York con Valentina. Y por esas casualidades, ahí estaba Patti Smith, tocando un efímero set de cuatro canciones, después de recitar poemas para los asistentes.
Su cabeza tiende a mezclar imágenes, unirlas, darle forma, filosofar con todas. Tantos recuerdos se tornan pesados, inconclusos, fulminantes e inexplicables. Quizás tantos pensamientos entrelazados asfixian su capacidad de tomar decisiones y liberarse de esas cargas emocionales.
Le vino a la mente el texto de Lemony Snicket que siempre le ha leído a su hijo Fernando: “A veces el mundo puede parecer un lugar hostil y siniestro, pero créanos cuando decimos que hay mucho más cosas buenas que malas. Todo lo que tienes que hacer es buscar lo suficiente. Y lo que podría parecer una serie de eventos desafortunados puede, de hecho, ser los primeros pasos de un viaje”.
Tomó cada una las hojas de papel de la libreta y las etiquetó con el nombre de algún familiar fallecido, un amigo distante, un colega, incluso personajes enemistados por años. También incluyó a su esposa e hijo. Empezó a escribir, agradeciéndoles por las enseñanzas, las experiencias, conocerlos. Hay que darle respiro al alma.
El inventario de gratitud iluminaba su cara, sonreía remembrando eventos pasados, tomaba notas adicionales sobre hechos fortuitos que favorecieron su tránsito. De repente todo lo que en algún momento le había traído dolor, se convirtió en una lección de vida y el portal a un universo amigable.
Harry entendió que su liberación empezaba por disfrutar todo lo que tiene en este momento y con buenos ojos, se dio cuenta de la importancia del sitio donde se encontraba. Se alegró por el personaje que es. En su mente retumbaba la melodía de “Inside Job” de Pearl Jam, esa línea de que “la vida viene de dentro de tu corazón y deseo”, tomó un nuevo sentido. El ejercicio de llanto se volcó en felicidad.
Lo que parecía pesadillas y trasnochos, síntomas de una mente perturbada, resultó ser un llamado interno de permisión, reconocimiento y una nueva senda en su vida. “Un salto de fe”, diría su hijo pensando en Spiderman.
Reflexionó sobre los años que le tomó soltar los miedos, el dolor, la culpa. Estaba programado por creencias limitantes para reaccionar en contra de su felicidad. Sintió una nueva forma de libertad, una ligereza mental que le permite ver y apreciar su vida con la magnificencia que está sintiendo.
Preparó el desayuno. Arepas, tocineta, huevos, jamón, queso amarillo, jugo de naranja y té de manzanilla. Despertó a Fernando para que le ayudara ordenar la mesa. Fue a su cuarto, le susurró al oído a su esposa: “Happiness: no more be sad, Happiness: I'm glad”, con la melodía de “Thank you” de Led Zeppelin para levantarla.
Valentina y Fernando, sentados en la mesa, se veían las caras incrédulos, manteniendo la complicidad del momento. Ambos pensaban que venía alguna noticia ¿mala?... una buena sería ideal. La curiosidad se apoderaba de ellos.
Les dio un beso y un abrazo y se sentó en la mesa. Sabía que lo miraban con incertidumbre.
Disfrutaba verlos así, ansiosos, llenos de preguntas. Tenían esos juegos misteriosos de años. Quería sintetizar toda la emoción de estar vivo, junto a su familia.
Levantó la mirada, suspiro y les dijo:
_ “¡Gracias!”
PLAYLIST ¡GRACIAS! -
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