Por William Padrón I @williampadron
Recuerdo que durante la rueda de prensa del lanzamiento del disco Miss Mujerzuela (Latin Wolrd, 2000), mientras respondía a las preguntas de los medios, Asier Cazalis dijo algo mas o menos así: “Este es como el álbum negro de Metallica”, haciendo referencia a cómo habían obtenido comentarios entre los acérrimos fans y la nueva generación.
En ese momento sus palabras me cayeron pesadas, tanta soberbia me pareció particularmente engreido... Han pasado 20 años y hora ¡le dio la razón públicamente!
Miss Mujerzuela es la reinvención y ascenso de una banda que se tragó el ciuanuro en el underground y empezó a destapar el caramelo en la cultura pop venezolana. Un álbum disruptivo para su entorno y alabado por nuevos adeptos, esos que estaban aprendiendo a asimilar historias oscuras, letras largas, complejas, sexuales y perversas, gestadas desde la premeditación; convirtiéndose en una alevosía al rock que los vio nacer. Así estilizaron su sonido y estamparon su impronta musical.
Se cumplen 20 años de un disco odiado y amado en partes iguales, como el transitar de sus autores, a quienes el tiempo les concedió el derecho para celebrar e incluso estar más allá del bien y el mal. Desde donde lo mires, Miss Mujerzuela cambió la narrativa del rock pop venezolano.
El nombre de Caramelos de Cianuro había estada apagado después del éxito de Harakiri City (1996). El regreso edulcorado cayó mal. Se sintió como una traición al rock. Fue como arrancarle los chocolates a unos infantes que, emotivamente, asistían a los shows de la banda como un culto a la irreverencia musical de finales de los 90s.
En retrospectiva, fuimos amoldados por el arrebato sentimental de ver crecer a una banda que nos pertenecía, el apego a un formato en el bar de turno.
El problema no fue que Caramelos de Cianuro hiciera una balada como “Las Estrellas”, porque ya nos había mostrado temas como “Imaginar”, “Interpol” y “La Santa” en Harakiri City. La impotencia real fue ver que el sueño de estrellas de rock se les empezaba a cumplir, su masificación era inminente y eso está prohibido en el inconsciente colectivo underground.
Haciendo memoria, aquellos shows en Espacio Bar de La Castellana, ya nos mostraban temas como “Lava Blanca”, con ese guiño onanista y lujurioso que aceptamos en tono dance rock; absortos entre la muchedumbre, la distorsión, el desenfreno. Lo habíamos aprobado. Se viene algo bueno.
Yo había escuchado Miss Mujerzuela antes de salir, podía percibir el éxito masivo, ya su disquera estaba emocionada, preparando todo el lanzamiento. Me sentí feliz. La banda con la que crecí lo iba a lograr pero un sabor agridulce en el paladar me dio indigestión. Se iba a descontrolar toda esta vaina.
Salvo temas como “Veterena”, sentí que el discurso metafórico y narrativa tan larga de sus canciones habían traicionado la simpleza de aquellos discursos directos e irreverentes. Aquello que disfrutaba en líricas como “Tíraras con cuantos quieras pero el amor no lo harás jamás”, líneas adolescentes como “por drogarte viendo la televisión tu mamá te va a pegar”, incluso “almorzamos periodistas en caldo de gallina”, el sentimiento en “perra infiel desearás no haber nacido nunca”.
Sin dudas hubo una búsqueda, una madurez en Miss Mujerzuela. La adultez sonora se apoderó de la creatividad e interés de Caramelos de Cuanuro. Dance, punk, rock, lo de simpre, pero con una propuesta más bailable con aires caribeños. Todo lo que respiraban en una discoteca capitalina, arraigadas a historias citadinas, personales.
Durante dos décadas este disco ha sorteado los cambios generacionales, gustos musicales e intereses de la industria. Aquí estamos, revisando su atemporalidad, su impacto y el arraigo de una sociedad venezolana que creció con estas canciones, especialmente esa diáspora que arropados en la nostalgia, logró recuperar un legado que viajó con ellos en formato streaming.
“Asunto Sexual”, “La llama”, “Las estrellas”, “El Flaco”, “Verónica”, una selección de clásicos que tal vez difieran del álbum conceptual tan alabado por la primera oleada de fanáticos, pero fue el que moldeó la manera de percibir el rock venezolano en las dos generaciones siguientes que hoy se asombran con el “¿ya pasaron veinte años?”
Aquel año 2000 cambió la escena musical, unos inadaptados punketos asaltaron la industria con sus perversiones sexuales y aunque el rock los relegó al ostracismo, le dieron un giro a su propuesta y lograron insertarse en la cultura popular de un país caribeño que empezó a abrazar la distorsión de unos rockstar que sabían actuar en sus propios términos.
El mismo año salió la película Almost Famous del periodista y director Cameron Crowe, sobre un adolescente que viaja con su banda favorita para hacer una cobertura a la revista Rolling Stone, encontrando su lugar en el periodismo de los años 70s. Ahí me sentí identificado. Caramelos de Cianuro solían llamarme “The enemy”, como el film.
Viajamos juntos, nos peleamos, reconciliamos, celebramos nuestras diferencias pero en estas dos décadas, con un libro incluido, La Carretera (El Nacional, 2014), entendí su mundo, saldé aquel sabor agridulce del “se vendieron” y comprendí su necesidad de avanzar constantemente, aunque tengan que ir contra la corriente, soltar el pasado y reacomodarse de la zona de confort.
Caramelos de Cianuro, tercos e irreverentes, tuvo la razón. Miss Mujerzuela pasó la prueba del tiempo.
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